El día que la radio llegó a Pénjamo fue todo un
acontecimiento. Pero vayamos por partes.
México fue uno de los países a los que primero llegó la
radio. Antes que a muchos países de Europa. Por la influencia de EU.
Desde 1920 hubo estaciones pioneras en nuestro país. Jóvenes
ingenieros que se las arreglaban para armar una pequeña estación. Hubo
iniciativas en Orizaba, en Monterrey, en la ciudad de México. Eran
transmisiones experimentales, con pocas horas de duración.
Para 1922 ya había 5 emisoras en el Distrito Federal (los
aficionados transmitían desde sus casas) y unas 10 más en varias otras ciudades
de la República. Se utilizaba preferentemente la banda de Amplitud Modulada,
aunque algunos usaban la onda corta, que tenía más alcance.
Era muy chistoso. Una vez acompañé a un amigo declamador a que recitara
versos desde la casa de don Juan Buchanan, en la colonia San Rafael. Declamó
su poema, muy engolado, frente a un micrófono grandote. Al rato llegó un señor
muy emocionado. Conocía a mi amigo desde la infancia y lo oyó por radio.
Aquello
fue una fiesta. El amigo vivía hasta Santa María La Ribera. Más de 10 cuadras.
Los hombres de la estación estaban muy emocionados. Imagínense.
Para 1923, había una auténtica explosión de estaciones de
radio. Muchas en la capital, encimadas unas con otras, porque no había
regulación alguna.
En la transmisión radiofónica de la radio de El Universal, el 8 dde mayo de 1923, Manuel Maples Arce leyó "T.S.H.", poema estridentista:
“¿En dónde estará el nido
de esta canción mecánica?
Las antenas insomnes del recuerdo
recogen los mensajes
inalámbricos
de algún adiós deshilachado …
…Manicomio de Hertz, de Marconi, de
Edison!
El cerebro fonético baraja
la perspectiva accidental
de los idiomas.
Hallo!...”
En junio de ese año, en el Palacio de Minería, hubo una
Feria Nacional del Radio, inaugurada ni más ni menos que por el presidente
Álvaro Obregón. Allí se exhibían equipos transmisores y aparatos receptores
para los hogares. Carísimos. Lo bueno es que también daban explicaciones técnicas.
En esa Feria aprendí que la onda corta llegaba más lejos porque la frecuencia
de las ondas electromagnéticas era más larga.
Me dije, profético: “El mundo avanza que es una barbaridad.
Un día, las ondas de radio van a dar la vuelta al mundo y escucharemos lo que
se dice en China”.
El caso es que en septiembre de ese año fue a visitar a mis
familiares en Pénjamo y -¡oh sorpresa!- me encontré con que se habían comprado
un radio. Un magnífico Silverstone.
Me dije, crítico: “No tienen para hacer un baño dentro de la
casa, pero sí tienen para un radio”. Como los que compraron pantallota de
plasma en el Buen Fin.
Aprovecharon mi llegada para preguntarme si había yo
escuchado la radio. Les platiqué la anécdota del declamador. Ellos aún no habían
logrado captar nada. Por fortuna, su aparato tenía receptores de onda corta. La
esperanza no estaba perdida. Les comenté que el día 15 se esperaban muchas
transmisiones de la capital. Por ahí estaba mi hermano Beto y dijo que antes
debíamos buscar sintonizar alguna estación de Estados Unidos, que eran
potentísimas. Beto se había enterado que
transmitirían por radio la pelea de título mundial de box entre el argentino
Luis Ángel Firpo y el estadunidense Jack Dempsey.
La tarde del 13 de septiembre nos dimos a la tarea de buscar
la estación en aquel radio de válvulas. Fue complicadísimo.
La sala de la casa estaba llena de familiares, amigos,
vecinos y chismosos. Del aparato nomás salía un chirrido chrryyshhychrrysh. Luego supe que a esa cosa la llamaban estática.
De repente, entre los chirridos, se alcanza a distinguir una
voz en inglés: “wacha wacha wacha”.
No se entendía ni máis, pero todo mundo se emocionó.
¡Es la transmisión, es la transmisión! –gritaron. No sé qué
era más ensordecedor, la estática o el público penjamense (y anexas).
Entre el “wacha wacha”
alguien alcanzó a escuchar “Dempsey” y luego “Firpo”. ¡Habíamos sintonizado
correctamente!
En medio de los rechinidos, logró percibirse perfectamente
un campanazo. Había empezado la pelea. En eso –habrá sido la ionósfera- que
desaparece la señal. Frenéticamente
movemos el dial, regresan los rechinidos, se escuchan gritos, “Dempsey is down!” alcanzo a oir.
Traduzco. Gritos y aplausos.
La voz se pierde. Poco después, de nuevo un campanazo. Un
listo dice: “Terminó el round”. Y más sonidos horribles: chrryyshhychrrysh.
Entre la maraña de estática suena de nuevo la campana. “Ya
empezó el segundo round”, exclama el listo.
De nuevo un wacha
wacha ininteligible, pero se notaba que el locutor estaba emocionado. Y al
poco tiempo una palabra que todos sabíamos: “Knock out”. Nocaut. El júbilo se apoderó de la sala. Seguro Firpo,
que había tirado en el primer round a Dempsey, lo había noqueado. ¡Bien por el
Toro Salvaje de las Pampas!
Traté de aguzar el oído, y la palabra que más podía
distinguir era “Dempsey”. ¿Había ganado el Matador de Manassa? ¿O estaba inconsciente?
Ni modo de saberlo.
A pesar de mis advertencias, los familiares, vecinos y
anexas celebraron el triunfo de Firpo con harta cerveza y unos curados de
fresa. El resultado de la pelea no interesaba.
Lo que en realidad celebraban era el triunfo de la radio. La modernidad había
llegado a Pénjamo.
Tal vez no sobre decir que, dijeron las reseñas
periodísticas dos días después, fue Dempsey quien noqueó a Firpo. El argentino
había tirado al Matador de Manassa fuera del ring en el primer asalto, pero el
árbitro prolongó la cuenta. Dempsey regresó para tirar 3 veces a Firpo.
Tengo entendido que mis parientes se tardaron casi un año más
en captar otra estación de radio en su bello aparato.
EXCELENTE, LO RETWITTEO, A MI ME ENCANTA ESCUCHAR LA RADIO, ADEMAS DE QUE SOY RADIOAFICIONADO EN 10 Y 11 MTS,
ResponderEliminar¿Recordarás la dirección de la casa de don Juan Buchanan? Ando haciendo una recopilación de anécdotas de la colonia y me ayudaría tener el dato.
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