Déjenme platicarles de mi participación en una zarzuela
famosísima de 1904, Chin-Chun-Chan, y también de una corbata.
En tiempos de Don Porfirio, la zarzuela era uno de los
espectáculos más comunes y populares, como ahora es el cine.
Había espectáculos más para la prole, como el teatro obrero,
de corte socialista-fabiano y el teatro frívolo, con chistes de doble sentido y
harto can-can. Si un catrín de sombrero de copa entraba a un teatro frívolo, un
jacalón como el Olimpo, lo recibían con silbatinas y lo corrían a naranjazos.
Las clases altas preferían el teatro serio –obras de Racine
o Shakespeare-, los conciertos y la ópera. Veían con desdén al teatro frívolo,
sicalíptico.
La zarzuela, en cambio, era para todos. En ella, como decía
mi amigo Gutiérrez Nájera: “conviven la chamarra y la levita”, aunque él
criticaba mucho los modos de la prole, que no se quitaba el sombrero y gustaba
de interrumpir las obras con alguna frase soez.
La mayor parte de las zarzuelas eran españolas. Se
estrenaban entre 30 y 50 por año, sin contar los remakes, que eran el pan
nuestro de cada día. Había dos tipos de zarzuela. Las de tres actos, llamadas
“género grande” y las de un acto, el “género chico”. Sólo muchos años después se
referiría uno a la zarzuela como el género chico y a la ópera como el género grande.
Algunos empresarios, para aumentar sus ingresos, empezaron a
cobrar por hora en el teatro. Así surgieron las tandas. Una obra tras otra. El
caso es que la demanda de zarzuelas era tan grande, que empezaron a aparecer obras
de autores mexicanos, que casi siempre eran “teloneras”.
A principios del Siglo XX los teatros de zarzuela en la
ciudad eran el Principal, el Riva Palacio, el María Guerrero, el Apolo y el
Guillermo Prieto. El Teatro Principal era administrado por las hermanas
Moriones, unas ex tiples muy buenas para el negocio. Es decir, muy cabronas. Las
Moriones eran atrevidas. Una vez hicieron una zarzuela con los papeles
cambiados: los hombres hacían parte de mujer, y viceversa. Fue en los días de
los 41 y aquello causó un escándalo en la prensa bienpensante.
Don Luis G. Jordá |
Don José F. Elizondo |
Bueno, para no hacer el cuento largo, las Moriones le
ofrecieron a un amigo mío, don José F. Elizondo presentar una zarzuela mexicana
en la tanda estelar. Elizondo buscó a un amigo suyo, don Luis Jordá, para que
hiciera la música y convocó a varios bohemios a ayudarlo con el guión. Entre
ellos estaba yo.
Así, en unas cuantas noches de lupular, fue naciendo
Chin-Chun-Chan, una zarzuela en un acto, pero con tres cuadros, como para
mostrar aspiración de grandeza. Elizondo hizo la trama central. Un provinciano
huye de su celosa mujer, disfrazado de chino. Recala a un hotel, donde esperan
al dignatario Chin-Chun-Chan.
Como pueden imaginar, es una comedia de errores. El provinciano
es confundido con el chino durante dos terceras partes de la obra. A mí me tocó
hacer una parte del segundo cuadro, que era más bien teatro de revista con
crítica política, y del tercero. Lo divertido es que la escribí dizque en
chino. La idea era que el chino auténtico hablaba en chino y el mexicano creía
que se lo estaban albureando, y respondía en consecuencia.
Fui con los chinos a las calles de Dolores a que me
enseñaran palabras chinas que terminaran en las sílabas que yo quería.
Perfeccionismo, señores. El chiste de la zarzuela es que rimara, aunque los
versos fueran medio ripiosos. Jugaba con chi-su-ma, in-gue-su, pa-la-chin y
chi-la-su.
Por supuesto, escribí bajo seudónimo. No quería perder mi
puesto como Secretario Particular para Asuntos de Farándula de don Porfirio
Díaz.
También fue mía la idea de introducir un personaje de gran
modernidad en el tercer cuadro, producto de mis viajes al futuro: una
telefonista con antenitas.
Don José Elizondo mandó hacer unos carteles (les decíamos
afiches, hoy les dicen posters) muy bonitos, en color amarillo y rojo. Ahí se
puede ver que trabajaba Esperanza Iris, haciéndola de vendedor de charamuscas.
Pero el actor principal era Paco Gavilanes, el falso Chin-Chun-Chan.
Después del ensayo final, nos fuimos al bar a festejar, y
entonces que a don José le entra la superstición. Decía que si no estrenaba
corbata, la obra sería un fiasco. El problema era que, como buen bohemio, don
José no se compraba las corbatas, se las mandaba hacer de tela de moaré. Le
pidió a su hermana una corbata exprés.
Elizondo usaba corbatas de chalina, hechas en casa, una
larga tira de moaré negro, de una cuarta de ancho y flequillo a los extremos.
Estas corbatas los bohemios nos hacíamos un lazo abultadísimo de cuatro hojas. No eran sencillas de hacer.
El día del estreno, 2 de abril de 1904, clima loco: empezó a
granizar. ¿Y qué creen? El granizo despintó todo el telón que el maestro había
puesto a secar al aire. Elizondo casi enloquecía. Decía que había granizado
porque su hermana todavía no terminaba la corbata. Que la obra Chun-chan y nos
iba a cargar la Chin.
Me encargaron llevarlo a que se tomara una copita pa los
nervios. Luego lo acompañé a su casa: la hermana estaba terminando de planchar
la dichosa corbata.
En el estreno vimos con preocupación la presencia de
reventadores. Eran tipos que llegaban con bastones y si la obra no les gustaba
hacían ruido y armaban bronca. Elizondo estaba pálido, nomás se acomodaba la
dichosa corbata negra, como si poniéndola derechita evitara el desastre. Yo
también tenía nerviolera.
Inició la obra y pronto el público comenzó a reir, incluso
los reventadores. Mi parte fue aplaudida y el cake-walk de doña Pilar Leredo fue un gran éxito.
El cake-walk era una danza modernísima, importada de EU, y los americanos de color eran quienes mejor la bailaban (de hecho, la base de esta danza es la imitación grotesca y burlona del andar aristocrático de parte del peladaje).
Aquí un video falso (de 1942) del de Chin-Chun-Chan en “Yo Bailé con Don
Porfirio”.
El cake-walk de esa película era super-moderno y estilizado.
Este video de 1903 nos dice como era en realidad:
En nuestra obra, cuando se encontraron el chino verdadero y el chino falso y
aparecieron bailando las telefonistas con antenita, aquello era apoteósico. Aplausos
y gritos.
Salimos felices. Elizondo me preguntó: “Peñafiel, ¿cuánto
cree que duremos?”. Le respondí, muy orondo, que tendríamos bodas de plata. Se
decía “bodas de plata” a las 25 representaciones, indicador de éxito. Me quedé
corto. Chin-Chun-Chan llegó a las dos mil representaciones. Bendita corbata.
Como siempre don Susanito sus relatos muy interesantes lo felicito.
ResponderEliminarOiga aste; esas Moriones no serían parientas de "Las Reynas Chulas" o de la Astrid Hadad o de esas irreverentes del Bar "El Vicio"? como que cuando leí su artículo me vino "alueguito" ese "linkeo"... Muchas felicidades siñor, como siempre "inmediatli" corró a leerlo!!!
ResponderEliminarHey, es una muy buena anécdota, me encantaría conocer la fuente de la misma.
ResponderEliminarLa obra Chin chun chan es un tema fascinante del que aun queda mucho por decir.
La fuente es la memoria prodigiosa de don Susanito, aunque el propio José F. Elizondo contó la anécdota de la corbata en "El Mundo Ilustrado", y Antonio Saborit la recogió en un libro -también ilustrado- sobre esa importante publicación.
ResponderEliminarHola: La fotografía de la izquierda en este artículo, tan agradable por cierto, corresponde a Luis G. Jordá. Probablemente la imagen ubicada a la derecha es de Elizondo o de Peñafiel.
ResponderEliminarMuchas gracias.
Juan Manuel Ortega Jordá
Tiene usted razón, don José Manuel. Su antepasado es el de la izquierda, y Elizondo, el de la derecha. Asunto resuelto.
ResponderEliminarMuchas gracias por el texto y los videos. Andaba buscando información sobre Rafael Medina... tengo entendido que escribió obras escolares también.
ResponderEliminar¡Muchas gracias! Es te pequeño artículo mu fue muy útil; me gustaría poder contactarlo, pues mi tema de tesis se basa precisamente en esta obra. Mi correo es andreafridakahlo@hotmail.com
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