Las historias de @Don_Susanito, un hombre común y corriente, pero aparentemente inmortal, supuestamente memorioso, indudablemente carismático y tremendamente platicador.
lunes, 19 de noviembre de 2012
Los truenos distantes
El día antes del anunciado estallido de la Revolución, hace ya más de cien años, los porfiristas de a pie estábamos bien calmados. Suponíamos que los desórdenes serían aislados y efímeros.
Ese jueves 19 de noviembre yo había leído en mi periódico El Imparcial que los sublevados en Puebla habían cortado el cable telegráfico y se habían cerrado comercios. De que había muertitos en Puebla, seguro. Lo de la familia Serdán se supo aquí hasta el otro día.
El tema que más llamaba la atención en esos días era el linchamiento de un mexicano en Estados Unidos, que causó protestas masivas. El gobierno de don Porfirio estaba entre la espada y la pared, por el asunto del mexicano quemado vivo en EU (un tal Antonio Rodríguez, que había matado a una señora americana y fue linchado por la turbamulta tejana). A través del embajador León De la Barra, el gobierno se quejó del linchamiento, Estados Unidos prometió que castigaría a los culpables, pero los sublevados fueron los que se montaron políticamente en él, con marchas de protesta, que combinaban con frases antiporfiristas. La de Guadalajara fue muy grande. La de la capital, pequeña y con detenidos.
El otro tema era saber si don Panchito I. Madero, que estaba en Estados Unidos, iba a cruzar la línea para su dizquerevolución, o no. Don Panchito decía que sí lo iba a hacer, pero no le dábamos mucha cuerda a la loca idea de que una revolución se puede convocar con fecha y hora. "¿Cómo está eso de convocar a una revolución el 20 de noviembre a las 6 de la tarde, como si fuera un baile? ¡Qué poca seriedad!", decíamos. Y en domingo. ¿A quién se le ocurre iniciar una revolución en domingo?
Mi periódico El Imparcial hablaba de "seguridad absoluta de que en el momento en que {Madero} pise territorio mexicano será batido".
Por eso, por lo que decían los diarios, mi principal preocupación entonces-además de las tres tradicionales, que son desayuno, comida y cena- era saber cuándo se construiría el proyectado Museo Nacional de Arqueología, del que se habló en un reciente Congreso Indigenista, encabezado por don Justo Sierra. Hablaba con mis amigos de eso; y con mi hija y su marido, de la próxima inauguración de un "jardín de luz" en la Alameda, con miles de lámparas incandescentes, a la que asistiríamos (y asistimos).
Para el día 20, ya se sabía lo sucedido en casa de la familia Serdán, que Madero había abandonado San Antonio y que acuertelaron las tropas del gobierno. Había crónica de lo primero y noticias escuetas de los otros dos temas.
Pero ni crean que cambió la vida cotidiana de la capital en los dos últimos meses de 1910. Aquellos eran sucesos lejanos, truenos distantes... El domingo 20 fui a un paseo en los típicos canales de La Viga. Hicimos pic-nic.
¿En qué pensaba un buen capitalino a finales de noviembre de 1910? En las próximas posadas y en los festejos y compras navideñas. Y si tenía suerte, como yo, también en la comilona que se prepaba en el Tívoli de Balbuena, organizada por el Círculo de Amigos del General Díaz, con motivo de la inauguración de su nuevo periodo presidencial.
En ese fin de año se sucedieron noticias de los revoltosos. A los antireeleccionistas se les habían unido bandidos de toda cepa, pero el Supremo Gobierno les ganaba una y otra escaramuza. La mayor parte de las ciudades estaba "en perfecta tranquilidad", como decía mi periódico El Imparcial. Era, claramente, el caso de la ciudad de México, una urbe de casi medio millón de habitantes. Sí, aquellos eran truenos distantes.
En esa serenidad pensaba yo la fresca y apacible tarde del día 31 de diciembre de 1910, cuando me dirigía a pasar el fin de año a casa de mi hija, en Santa María la Ribera. En mi camino se distinguía la mole en construcción del próximo Palacio Legislativo, símbolo del progreso nacional.
jueves, 8 de noviembre de 2012
La muerte de Ricardo Rodríguez
Fue un muerto joven, de apenas 20 años. Su
fallecimiento, hace medio siglo, conmovió a México.
El joven era una celebridad. Se llamaba Ricardo
Rodríguez. Era automovilista. Le decían “el Chamaco de Oro”.
Ricardo Rodríguez |
Ricardo, junto con su hermano Pedro, había ganado
los 1000 Km. de París. Ambos estuvieron a punto de llevarse las 24 Horas de Le
Mans. Los hermanos tenían el récord de la vuelta más rápida en Le Mans, en
Montlhery y en Sebring.
Ricardo Rodríguez había sido contratado por la scuderia
Ferrari en 1961. El piloto de Fórmula Uno más joven de la historia. Su estilo
era audaz, rayano en lo temerario. Su manejo, espectacular. Su trato a los
automóviles, difícil: los forzaba demasiado, afirmaba la prensa.
Tras pláticas con el mítico Taruffi, Ricardo aceptó
que “la imprudencia no es lo mismo que el valor y las carreras no se hicieron
para matarse”.
En 1962 México consiguió que se desarrollara un Gran
Premio de Fórmula 1 que, desgraciadamente, no era puntuable para el campeonato.
El evento se desarrolló en el autódromo de la Magdalena Mixhuca, conocido hoy
como Autódromo Hermanos Rodríguez. Ferrari decidió no participar, pero Ricardo
insistió en sí hacerlo, por lo que obtuvo un permiso para correr un Lotus.
En el primer día de prácticas, 1º de noviembre, Ricardo
se quejaba de que el auto tenía fallas en la carburación. Aunque ese día era de prácticas previas, quería la posición de privilegio. Tras unos ajustes al motor, Ricardo salió por “una
última vuelta”, en su intento por bajar de 2 minutos el circuito de 5
kilómetros.
Eran las 5 en
punto de la tarde, como diría García Lorca,
Al llegar a la Curva Peraltada, una de las más duras
del circuito, el auto de Ricardo derrapó y se estrelló contra la barda de
contención. El bólido –que iba a 150 kilómetros por hora- rebotó siete veces
contra la pista del autódromo antes de terminar destrozado e incendiado
¡Que no quiero ver la sangre de Ricardo sobre la
pista! ¡Que no quiero verla!
La máxima promesa del automovilismo mexicano tenía traumatismo craneano encefálico, otorragia izquierda, hundimiento de la región occipital, fractura de la pelvis y separación del abdomen.
Como quien dice, el pobre Ricardo quedó hecho pinole.
Hubo, típico de México, grandes discusiones sobre la causa del accidente: la suspensión del Lotus, el mantenimiento de la pista, etcétera.
Atenido a las crónicas de la época, pareciera que a Ricardo le ganó la temeridad en el
tránsito, tomó la curva por abajo, debido a que adelante iba otro auto, de
Fórmula Junior, conducido por Fred Van Beuren. Rodríguez quiso rebasar al auto más lento por
debajo, tomó mal el peralte (en una zona de la pista menos acondicionada) y
derrapó Era la época romántica de la
Fórmula Uno; los monoplazas tomaban la pista junto con autos de otras
características.
A su hermano Pedro, quien también iba a correr el
Gran Premio, le dio una crisis nerviosa tal por el fallecimiento de su hermano que abandonó la competencia y dijo
que se retiraría del automovilismo.
Sabemos que Pedro no se retiró. Es el único mexicano
que tiene victorias de Fórmula 1 en su haber y, hasta ahora, el máximo piloto
de carreras en la historia del país. Moriría también en la pista, nueve años
después que su hermano.
El funeral de Ricardo Rodríguez se llevó a cabo el 2
de noviembre de 1962. Día de Muertos. Al velorio en casa de la familia asistió el presidente López Mateos.
Ricardo Rodríguez de la Vega vivió de manera rápida
e intensa, quemó la vela por los dos lados. Esa vela se apagó hace 50 años.
Pedro y Ricardo, los Hermanos Rodríguez |
Postcriptum:
Comenta don Carlos Jalife, biógrafo de los hermanos Rodríguez, que ellos corrían al máximo posible sus motores, "pero cualquiera que vea los datos externamente sin el conocimiento intrínseco del deporte motor juzgaría que eso es forzarlo y obviamente es lo que escribían los periodistas de la época". Uno suele regirse por las notas periodísticas.
Añade don Carlos que el día de la tragedia "los ajustes a la carburación (o sea a los carburadores no al motor, aunque bueno en esencia son parte pero son externos, lo que en inglés se llama “ancillaries” y no están en el monobloque) coincidieron con la llegada de don Pedro Rodríguez, su padre, quien no lo había visto y quien también le pidió que se volviera a subir para verlo. Eso, el ajuste y saber que otro piloto le había quitado el mejor tiempo se conjuntaron para que se volviera a poner el overol de piloto, y saliera a las 5:00 en punto a dar unas vueltas (que no una) de prueba. Dio una, señaló con la mano (pulgar arriba) que estaba bien y en la segunda vino el choque.
La discrepancia más importante es que don Carlos Jalife asegura que Ricardo no derrapó, sino que "se rompió la suspensión trasera del Lotus, la derecha, y lo clavó contra el riel. No había barda, no hubo derrape, simplemente la física el auto se fue al riel, y ahí clavó la punta entre el piso y la parte inferior del mismo, y al levantarse como caballo bronco lanzó a RR para afuera (no había cinturones de seguridad) y al hacerlo lo rebanó en dos contra el parabrisas (si ves la foto del auto entenderás) y aunque cayó sobre el riel ya estaba muerto, cortado en dos".
Don Carlos Jalife afirma que Fred Van Beuren sí "estaba en la pista, pero no estaba cerca como para influir en el trazo de Ricardo". Insiste que "asumir que Ricardo se derrapó por un error de trazo es no ver la evidencia de accidente" y añade que el presidente López Mateos ordenó no investigar, empacar el auto y mandarlo de regreso a GB, no había necesidad de un incidente internacional, pues no se le devolvería la vida a Ricardo".
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