Hace 101 años desapareció la Mona Lisa del Museo del Louvre.
El principal instrumento que utilizó el ladrón, el italiano
Vincenzo Peruggia, para perpetrar el robo fue una bata blanca. Esta bata era
del tipo que usaban los trabajadores de administración y los restauradores del
museo.
Vincenzo Peruggia |
El domingo 20, Vincenzo se ocultó en uno de los numerosos armarios
empotrados del Louvre, que servían como almacén de lienzos y caballetes. El
lunes siguiente el museo no abría sus puertas al público. A las 7:20 a.m., tras
de que el equipo de limpieza pasó por la sala Carré, donde estaba la Gioconda,
Peruggia salió de su escondite y descolgó la obra.
El cuadro es pesado,
pero pequeño, así que el ladrón lo escondió bajo su bata. Se enfiló hacia la
salida. Peruggia conocía bien el Louvre, trabajaba como cristalero allí desde
octubre de 1910. Sabía que era una coladera. Pasó por la zona de guardias
aprovechando un momento en el que el vigilante salió a tomar agua. Entonces se
le apareció un problema: la llave de la puerta de salida, que había fabricado,
no embonaba. Estaba encerrado en el museo y con la pieza encima.
Pero los hados
estaban con el italiano. Por ahí pasó un plomero que trabajaba en el museo y
tenía llave. Le abrió cortésmente al ladrón.
Peruggia se dirigió
a su habitación, en Rue
de l’Hôpital Saint Louis, muy cerca del museo, y escondió la pieza. Acto
seguido salió como condenado del edificio, haciendo ruido. Son las 9 y ya
debería estar en su trabajo en el Museo, dijo a los vecinos.
Aquí falta La Gioconda |
A su llegada (es decir, a su vuelta), saludó a todos con
afabilidad. Pocos minutos después, los inspectores se dieron cuenta de que la Gioconda había desaparecido.
La policía estaba
como loca. Interrogó a un sospechoso, el joven artista Pablo Picasso, que había
comprado unas estatuas ibéricas robadas al Louvre. A Picasso también lo
incriminaba un chistorete que solía decir a sus amigos: “Voy al Louvre ¿se les
ofrece algo?”. Otro que se las vio negras fue el poeta Guillaume Apollinaire, culpable
de que un empleado suyo presumiera de haber robado las famosas estatuillas,
tiempo atrás. Apollinaire estuvo incluso
en prisión, era el principal objeto de las sospechas policiacas. Pero la Mona
Lisa no aparecía.
La policía visitó al
ex trabajador del Louvre Vincenzo Peruggia en su departamento. El italiano
tenía una buena coartada sobre el día del robo. No sabían los flics que en el cajón de una pequeña mesa en esas habitaciones
estaba escondida la obra maestra de Da Vinci. Cuenta la leyenda que el inspector firmó el
memorándum de la visita policiaca sobre esa mesita, ignaro de que tenía la
Gioconda casi a sus pies.
El Louvre llegó a
rendirse. Hoy hace cien años, en el lugar correspondiente a la Gioconda, se
exhibía una pintura de Raffaello Sanzio di Urbino.
Tras dos años en
París, Peruggia se llevó la Mona Lisa a Italia (así, en tren, en su baúl) y se
estableció en Florencia.
Allí contactó a
Alfredo Geri, dueño de una galería florentina. Según Geri, le pidió medio
millón de liras por la obra. Vincenzo Peruggia
le habría dicho a Geri que el pago era por el hecho patriótico de haber
regresado la pieza a su tierra natal.
1913: La Mona Lisa en los Uffizi |
Geri le dio por su
lado (“el avión”, como se dice) a Peruggia, pero contactó a Giovanni Poggi,
director de la Galleria degli Uffizi, quien autentificó la obra de Leonardo. Geri
y Poggi dieron aviso a la policía, la que capturó a Peruggia.
Este insistió que
su acto fue patriótico, “recuperar lo robado por Napoleón” (Peruggia no era
ducho en historia: ese cuadro se lo llevó Da Vinci a Francia y lo regaló a
Francisco I, más de dos siglos antes de que Bonaparte naciera).
Peruggia en el juicio |
En su juicio, la
corte consideró el “patriotismo” del ladrón de la Gioconda, que recibió una pena de un año de prisión, cumplida
sólo parcialmente.
A su salida de la
cárcel, Peruggia fue recibido como un héroe por sus compatriotas italianos. Lo
que no obstó para que fuera llamado a filas en la I Guerra Mundial. Allí fue
capturado y hecho prisionero.
Tras ser liberado,
Vincenzo regresó a Francia, con un pasaporte falsificado (se ve que le encantaba
burlarse de los franceses). Ahí vivió varios años, y murió de un infarto el día
de su cumpleaños 44.