Hace días comenté que me había dado mucho gusto saber que la
ópera mexicana Atzimba se va a volver a representar, en Bellas Artes, en abril
de 2014. Sucede que yo asistí al estreno de esa obra de mi amigo, el compositor
y gran pianista Ricardo Castro, el 1º de febrero de 1900, en el Teatro Arbeu.
Yo a Castro lo había conocido desde joven; él –como yo- había venido a la capital de
adolescente. Él, al conservatorio, yo a la preparatoria. Su talento y mi desidia –que quise confundir con bohemia-
nos separaron, pero lo encontraba en distintas tertulias y en conciertos de
cámara que organizaba.
A pesar de ser del norte, porque era duranguense, don
Ricardo era una persona más bien tímida, que hablaba bajito. Siempre muy
correcto. Su música era muy popular, pero más entre la gente bien.
Don Ricardo Castro |
Don Ricardo Castro es todavía muy conocido por su vals
“Capricho”, y un poco por su música de cámara, pero era compositor de sinfonías
y óperas.
Uno de los intereses de mi amigo, según me comentó, era
escribir una ópera con tema mexicano, que juntara la sensibilidad europea con
la nacional. Su propósito declarado, superar a la ópera “Moctezuma”, de Aniceto
Ortega, que tuvo gran éxito en los años sesenta (del siglo XIX, por supuesto). Su
propósito oculto, hacer una Aída mexicana, en la que su música en vez traernos
las sensaciones de Egipto, nos trajera el aroma de Michoacán.
Don Alberto Michel |
Invitó a don Alberto Michel a escribir el libreto de la
ópera, y buscó afanosamente dónde estrenarla. Eso no era fácil.
He comentado que a la aristocracia porfiriana le gustaban el
teatro clásico y la ópera, pero más por pose que por canon. Su gusto real era
la zarzuela.
Así que, comprenderán, montar una función espectacular de ópera no
era una tarea sencilla. Terminada de componer la obra, a don Ricardo se le quemaban
las habas. Tuvo que ser ayudado con donaciones varias, y con trabajos se montó Atzimba en el
Teatro Arbeu. La estrenaría una compañía… de zarzuela.
El estreno mundial de la ópera fue casi con el siglo: el 1º
de febrero de 1900. Recibí una invitación especial de don Ricardo para esa
función. El regalo no fue (sólo) por ser Secretario Particular de Asuntos de
Farándula de Don Porfirio Díaz, considero. En realidad lo hizo porque yo le
había reclamado que no me invitara a participar en el libreto (“usted es hombre
de comedia, no de drama”, me había dicho).
Vista la ópera, en
realidad aquello era una tragedia de tal tamaño que tuve que admitir que yo
hubiera metido algo más ligero para aliviar el asunto.
La obra, diríase hoy, es en parte Aída y en parte Pocahontas
(la de Disney), pero con final trágico.
Atzimba era una princesa tarasca enamorada del emisario de Cortés, Jorge de Villadiego, pero
el guerrero purépecha Huépac la quiere para sí. Sirunda, que es la mejor amiga
de Atzimba, funge como celestina entre ella y el conquistador, pero Huépac se
entera y la quiere chantajear. Huépac convence al rey que hay que atrapar a los
conquistadores y sacarles el corazón, para ofrendarlos a sus sanguinarios
dioses Cuando está Villadiego en prisión, llega Sirunda y lo libera; se reúnen
los amantes, se ponen a cantar y en esa magia están cuando llega Huépac. Mientras
llevan al español a la piedra de los sacrificios, Atzimba toma el puñal de
Huépac y se suicida, clavándoselo en el corazón. Obviamente, el sacrificio de
la princesa no salva al gachupas. Villadiego es ejecutado. Fin.
En lo personal, me gustaron mucho los decorados de aquella
primera representación. En especial, la audiencia en el palacio real. También
me gustó la escenografía de la yácata, donde se reúnen los amantes por última
vez… y el uso moderno de magnesio explosivo en la producción.
El Palacio Real de Atzimba, en 1900 |
Pero a personas de más edad, les pareció una escenografía
pobre, indigna. Los empresarios les parecieron baratos. Con lo difícil que fue
para don Ricardo Castro encontrar mecenas y luego luego las críticas de que no
era producción "parisina"!
La música de don Ricardo Castro me pareció conmovedora, dramática
en el buen sentido: le daba a cada personaje su carácter. Era una extraña
combinación, sí, de música europea con tonos típicos, que nos parecieron muy
novedosos. Me temo que ahora se notarían poco.
Lo que estuvo medio penoso fueron los cantantes. Salvo la
Chole Goyzueta, que hizo de Atzimba (y está en la foto principal), los otros estaban lejos de ser grandes de
la lírica. Eso no le importó al público, encantado de escuchar una ópera
mexicana y en español. Las ovaciones fueron atronadoras. Se pidió un encore.
Don Ricardo no quería salir a recibir los aplausos, así era
de tímido. Sus amigos lo empujamos. Salió 14 veces. La apoteosis. Encore del
intermezzo.
Meses después, la ópera volvió a ser representada, ahora con
una compañía italiana de ópera. No me regalaron boletos, así que no fui.
Posteriormente, la ópera Atzimba tendría una historia dramática,
aunque quizá no tan trágica como la de la princesa.
Pasada la revolución, Atzimba se representó en tres
ocasiones: en 1928, 1935 y 1952, en Bellas Artes. En la tercera ocasión, se
perdieron las partituras del segundo
acto. Así como se los digo. Se perdieron.
¿No les parece extraño? Una ópera cuyas partituras, todas,
se pierden, pero nada más las del segundo acto. ¿No les suena a sabotaje?
Yo tengo mi hipótesis, muy porfirista. Los
nacionalistas-revolucionarios quisieron que esa òpera señera se perdiera para
siempre. Don Ricardo Castro era uno de los exponentes máximos de la música
culta de la época pre-revolucionaria. Nada qué ver con el nacionalismo musical
revolucionario, pero sí con la corriente que incorporaba música popular a la
música culta.
¿Y quién dirigía Bellas Artes? Carlos Chávez, quien
aborrecía, por motivos estético-políticos, la música del romanticismo mexicano
del porfiriato. Chávez se sentía el auténtico traductor de las pulsiones
indígenas y de los sones autóctonos a la música culta. Atzimba era un peligro
para él.
Así ha sucedido con mucha de la obra artística de la época
de don Porfirio, que era abundante y de calidad. Al desván del olvido, por
“reaccionaria”. Y más Atzimba, donde el conquistador español era el tenor galán
y los jefes indígenas era bajos... y de bajos sentimientos.
Por décadas, nada se supo de la obra de don Ricardo. Pero la
partitura para piano y voces permanecía íntegra en el Conservatorio Nacional.
Distintos musicólogos se han dado a la tarea de reconstruir
la parte sinfónica del segundo acto. Una
tarea titánica y poco reconocida.
Ya veremos, en abril, cómo estuvo la reconstrucción. Aunque,
la verdad sea dicha, no podré juzgarlo: ya no me acuerdo tanto de lo que
escuché en el Abreu hace 114 años.
De lo que más ha trascendido a nuestros tiempos es el primer intermezzo de la ópera, el que gozó del encore el día del estreno. Aquí una interpretación: