Hay quienes creen que lo más difícil de las guerras y
revoluciones son las batallas. Se equivocan. Lo más difícil es el hambre.
Después de la Decena Trágica, la ciudad de México no tuvo
grandes acontecimientos bélicos, pero quienes ahí vivíamos la pasamos muy mal.
Primero fue el gobierno de Victoriano Huerta, brutal y
represivo. Lo que privaba era el miedo a criticar al General, porque podías
perder la vida. Huerta, además de todo, resultó pésimo administrador. Agotó
la deuda pública y todo el dinero se lo gastó en armar a su Ejército, sus
derrotados pelones. No gastó un centavo en obras de infraestructura, educación o
salud. Todo fue para el esfuerzo bélico… y acabó perdiendo.
Al ir Huerta perdiendo fuerza, la ciudad quedó cada vez más
rodeada por fuerzas hostiles a su gobierno.Eso significaba que había más dificultades para que llegaran
provisiones a la población… o materias primas para la industria. El resultado: falta de trabajo por la paralización de
numerosas fuentes industriales, mercantiles, bancarias y agrícolas
Así que cuando Huerta se fue por piernas, la ciudad estaba
empobrecida y sin empleos, además de que alimentos y vestido habían subido
mucho de precio
El maíz que en 1911 costaba 8 pesos la carga, valía 200
pesos. El cuartillo de frijol, de 15 centavos a
4 pesos. La pieza de pan, de 2 centavos, a 25
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Soldadera yaqui en la capital |
Entonces, en el otoño de 1914, llegó a ocupar la ciudad el Ejército
Constitucionalista. La gente salió a vitorearlos, pero Obregón regañó a los
capitalinos.Don Álvaro nos dijo que no habíamos hecho nada para salvaguardar
al presidente Madero y nos habíamos plegado a Huerta.
Lamentablemente, el sonorense tenía razón.
Ante la imposibilidad de conseguir créditos, el gobierno de
don Venustiano Carranza se financió a través de la emisión de papel moneda propio, al que se conoce popularmente con el nombre de bilimbiques. Los primeros bilimbiques que yo vi fueron los que soltaron
los soldados del Ejército Constitucionalista tras ocupar la capital.
Recordemos que todo billete es un pagaré: “El Banco de
México pagará a la orden del portador”, decían. Es un título de crédito, basado -precisamente- en la credibilidad de quien lo emite..La emisión de bilimbiques era la expedición de millones de
pesos en pagarés del gobierno constitucionalista
¿Sabíamos si el gobierno constitucionalista iba a pagar esos
pagarés? No. Pero se aceptaban porque ellos tenían el poder. De la misma forma, hoy aceptamos los billetes de Banxico
porque son pagarés de curso legal, según el Supremo Gobierno
El caso es que, durante la ocupación constitucionalista,
corrieron paralelos los pesos-oro y los bilimbiques. Como ustedes se imaginarán, aquello fue un verdadero relajo.
Los pobres tenían bilimbiques, y los ricos, pesos-oro.
Se generó un doble circuito monetario, con la devaluación
constante del bilimbique respecto al peso-oro: es decir, bajaron los salarios. También se trastocaron los precios relativos. Los enseres de
casa, los predios y los autos bajaron respecto al vestido y, sobre todo, a la
comida
Decían unos científicos que habían trabajado con Limantour,
y entonces andaban de mil usos, que era un asunto de “la oferta y la demanda”. El caso es que no había oferta de comida. En parte por
escasez, en parte porque fayuqueros, coyotes y oficiales carrancistas la
acaparaban
Entonces empezó la furia popular. Por hambre. Lo primero,
lanzarse no contra los acaparadores, sino contra los abarroteros. Aquello fue una tempestad de xenofobia, porque muchos
comerciantes de alimentos eran españoles, “gachupines”. Hubo casos graves. Como un carnicero de Indianilla, que fue
muerto a golpes por la turba. Había abusado de una niña a cambio de un kilo de
aguayón.
Lo primero que escaseó fue la carne. Luego el huevo y las
verduras. Luego el maíz y los frijoles. En los mercados había poco y caro. Yo me las arreglaba a como podía, guardando mis pesos-oro y
gastando mis bilimbiques. El dinero malo desplaza al bueno de circulación.
¿Ir a Pénjamo? Ni pensarlo. Hubo una inundación fuerte y por
ahí estaban los trancazos. ¿A León, con mi hermano? Peor. Hubo tremenda
batalla y habría todavía más.
Entonces a cada rato iba a gorrear a casa de mi hija o con
la tía Toncha. Me sorprendió ver que ellas también pasaban apuros.
No podía ir a la casa de Coyoacán de mi amigo José Juan
Tablada, porque las hordas zapatistas la habían saqueado e incendiado. Tablada había huido del país, pagando así su error de
hacerse jefe de redacción de El Imparcial, convertido en vocero oficioso del
huertismo. Así de cerca estaban los zapatistas. De nada sirvió el muro
extra que construyó Kiroshi, el jardinero japonés de Tablada. No sé si el proyecto de Kiroshi –un veterano de la guerra
ruso-japonesa- de electrificar la alambrada haya funcionado. Lo dudo. Así acabó destruida la famosa casa del poeta, con su
pabellón japonés, su biblioteca y su colección de antigüedades.
Continúo. Una ocasión se anunció que habría distribución de
frijol y maíz en un almacén y se juntó un montón de gente. Pensé en que tal vez podría conseguir algo, pero aborrezco
los empujones. Y además, los constitucionalistas estaban alejando a los hombres a culatazos. Nomás podían entrar mujeres.
De lejos lo miré, y junto a mí, tras tomar la foto de los culatazos, llegó el fotógrafo Casasola.
Casasola me dijo: “está cabrón” y tomó la foto que encabeza esta entrada del blog, la de las mujeres arromolinándose con sus canastas.
Cuál sería mi sorpresa cuando veo que, entre la bola sale,
con su saco de frijoles, Chona, la abuela de la actual Chonita, criada de Tia
Toncha.
-¡Chona! –le grité-. “Compirmiso, siñor”, dijo ella,
alejándose apenada. Pensé: “sí que está cabrón si Tía Toncha la mandó a pelear
el frijol”.
Luego recordé que la última ocasión que había visitado a
Tonchita no vi un precioso reloj Luis XV, de bronce, con un angelito. ¿Lo habría vendido por comida? Capaz, había quien se
deshacía de todos sus enseres, de su flamante automóvil, de su virginidad, a
cambio de alimento.
Esa noche me asaltó la mala conciencia. ¡Cuántas veces había
yo llegado a casa de Tonchita, como si nada, a consumir cava y bastimentos!
Al día siguiente, como llamado por la Providencia, se me
apareció un rapaz, un niño de 9 años llamado Miguel, con una oferta, una propaganda, una
promoción. El granuja me dijo que su abuelo había cazado una liebre en
los llanos de Anzures y que, si yo quería, se la podía comprar. Pidió cuatro pesos-oro.
-Enséñame el animal –le dije-. Me lo mostró, despellejado y
sin cola. Luego me enseñó la colita de conejo. “Me la quedé para que me dé
suerte”, agregó.
Cavilé dos cosas. Que la que da suerte es la pata de conejo
y que aquello, si era liebre, tenía cabeza como de gato.
Pero hacía semanas que no había nada, nada de carne. Pensé en que podría agasajar a doña Toncha con una
liebre pirata, que a caballo regalado no se le mira el diente y que el hambre
manda. Cuatro
pesos-oro eran como 360 actuales. Ofrecí al niño 10 pesos-bilimbique (260 de
hoy).
Así que el día menos esperado llegué a casa de Tía Toncha
con el gato, debidamente descabezado, destripado y cortado en piezas, como
regalo.
“-Mire lo que le traje, Tonchita” –le dije-. Ella vio con
gusto el regalo y me constestó: “ahora vamos a arreglar esta carne”. Sacó de su cava un vino viejo (se descorchaban los vinos
cada vez más viejos, porque no había provisión de nuevos) y fue a la cocina. Fui tras ella. Sacó un manojito de apio, ajo, albahaca y
romero que tenía de su jardín, un jitomate, vinagre y un poquito de jerez.
En medio de la hambruna que azotaba la ciudad, Toncha y yo
tuvimos una comida opípara, rociada del mejor vino. Al terminar, tuvo la amabilidad de ofrecerme un traguito de
un coñac casi tan viejo como nosotros. Encendimos sendos habanos.
“Don Susanito” –me dijo- “¿se dio cuenta usted que los
huesos del conejo eran redondos, como de pollo, y no planos? ¿Y se dio cuenta
que este conejo tenía unas patitas traseras muy flaquitas?"
“La verdad no me fijé, Tonchita” –me hice el occiso- ¿Por
qué? La Tía Toncha me miró, severa.
“Porque le dieron gato por liebre” –respondió- “Acabamos de
comer gato alla cacciatora”
Abrí los ojos tanto como pude. Tonchita adivinó que yo
sabía. “Estoy en contra de comer estos animalitos, pero ese ya estaba muerto”.
“Oiga, y si le doy las vísceras, podría preparar un paté de
foie chat”, pregunté antes de esquivar un abanicazo.
A los pocos días ya no hubo agua potable, ya no circularon tranvías
y carruajes. Los constitucionalistas se retiraron.
La ciudad ahora quedaba a merced de Zapata, a quien Díaz
Mirón bautizó, desde El Imparcial, como "El Atila del Sur". Las clases medias y altas nos encerramos a piedra y lodo. Si
los carrancistas habían hechos destrozos, ¿qué no harían estos indios?
Llegaron tranquilos, con su vestimenta de manta, casi sumisos,
maravillados por la ciudad. Pedían limosna o pagaban lo que compraban. No hubo ni las ocupaciones de casas elegantes, ni los
aspavientos en los prostíbulos de los norteños. Pero habría un hambre todavía
peor.
¡Quién iba a decir que extrañaríamos al gato! A los pocos
meses no se oía un maullido o un ladrido en toda la ciudad.